Ya conocéis todos los argumentos a favor de los productos lácteos, son bueno para los huesos, necesitamos el calcio, nos aportan buena proteína, son excelentes durante la etapa de crecimiento… ¿Me creeríais si os digo que NO, no los son?
Aquí van algunas de las razones:
1. Los lácteos se consideran fuente de proteína animal y como tal, tienen un efecto acidificante en nuestro organismo, desencadenando así inflamación general. El calcio es conocido como el mejor mineral para contrarrestar los estados ácidos del cuerpo. El mayor reservorio de este mineral son los huesos y es de allí donde el cuerpo saca el calcio necesario para combatir la acidez y mantener el cuerpo a su nivel de pH natural (7,3). La pérdida de calcio de los huesos puede causar la pérdida de densidad ósea, osteoporosis y otras enfermedades óseas. En conclusión, contrario a lo que se conoce popularmente, la leche descalcifica.
Un estudio realizado por la Universidad de Harvard, siguió el consumo de productos lácteos en 78.000 mujeres durante más de 12 años. El resultado demostró que las mujeres que consumían más productos lácteos eran las que más huesos se rompieron, frente a las que apenas consumían leche, quesos y otros derivados.
Mi pregunta es, ¿dónde obtienen el calcio los animales como las vacas que tienen estos huesos tan robustos? ¡Lo obtienen de las plantas! Las plantas son muy ricas en calcio y a su vez de magnesio, un mineral absolutamente necesario para que el cuerpo absorba y utilice el calcio correctamente.
2. Se sabe que toda leche de vaca, sea convencional u orgánica, contiene aproximadamente 59 hormonas activas, decenas de alérgenos, grasas saturadas y colesterol. La gran mayoría de leches contienen herbicidas o pesticidas, cerca de 52 restos de antibióticos distintos, sangre, heces, virus y pus! Entonces, la leche, que se ha considerado en muchas ocasiones como el alimento perfecto, es perfecta para los terneros, pero no para los seres humanos.
3. El proceso de pasteurización destruye la mayor parte de los nutrientes de la leche. Se eliminan los patógenos potencialmente peligrosos pero también se destruyen todas las enzimas saludables de la leche.
4. La caseína, una proteína de la leche, se conoce por sus propiedades cancerígenas. En “el Estudio de China”, un best-seller escrito por el Dr. T. Collin Campbell, analiza el resultado de años de estudio que muestran que la principal proteína animal en la leche, llamada caseína, puede promover el crecimiento de células cancerígenas, cuando se exponen a la toxicidad. Lamentablemente, muchas veces estamos expuestos a ambientes tóxicos de los que no podemos escapar (contaminación, tráfico, rayo-X) pero sí podemos evitar el consumo de caseína.
5. Y sin cambiar de tema… ¿sabías que las hormonas de crecimiento que se dan a las vacas para que produzcan leche sin parar son excretadas del cuerpo de la vaca a través de su leche, la misma que más tarde es embotellada para nuestro consumo. Estas hormonas de crecimiento estimulan y aceleran el crecimiento de las células cancerígenas en los seres humanos.
Bien, creo que hasta aquí hay razones suficientes, pero no tienes por qué creerme si no quieres, pero por favor, considera hacer tu propia investigación antes de volver a tomar leche…
Y tu pregunta quizás es, ¿qué puedo tomar como sustituto? Hay muchísimas alternativas a la leche que se encuentran fácilmente en los pasillos de tu supermercado. Empieza por probar la leche de almendra, avellana o avena, y si quieres una consistencia más espesa, prueba la leche de cáñamo. Y si lo que echas de menos es un toque más dulce, entonces prueba con la leche de coco o arroz.
Aun así, la mejor opción de todas siempre será la leche que puedas hacer tú en casa. En mis recetas te enseño cómo preparar leche de almendras casera.
Para más referencias e información sobre este tema, te recomiendo ver documentales como: «Fork over Knives» y «What the Health».
-Calcium, dairy products, and bone health in children and young adults: a reevaluation of the evidence. Physicians Committee for Responsible Medicine: https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/15741380
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