MIS NAVIDADES EN PUERTO RICO

Ahora justo hace un mes estaba celebrando las Navidades en Puerto Rico donde tuve la oportunidad de experimentar estas fechas señaladas dentro del nido de una numerosa familia puertorriqueña, familia de Alexis, un queridísimo amigo de Los Angeles a quien quiero muchísimo y sé que me está leyendo… 😉
Os quiero contar mi experiencia porque una vez más comprobé la importancia del “Laissez Faire”, ser un faro que irradia luz para aquellos que quieran verte, no presionar al cambio sino dejar espacio para que cada uno encuentre su momento y las herramientas para dar el paso.
Llegué a la capital, San Juan de Puerto Rico el 19 de diciembre, tras haber pasado dos semanas en el instituto de Ann Wigmore, al oeste de la isla, haciendo una depuración 100% a base de alimentos crudos y vivos y tranquilidad absoluta escuchando el canto de los coquis (rana diminuta que representa el país) de fondo. Mi cuerpo y mente estaba impoluto. Alexis ya me había avisado de que en su familia eran multitud, sobrinas pequeñas y que me esperaban muchísimas fiestas de celebración. También me confesó que su familia, estaba un poco preocupada porque no sabrían como alimentarme, un bicho raro, alguien vegetariano, una chica que no come carne, iba a pasar 2 semanas en su casa. Doña Cuca, la madre de mi amigo incluso compro provisiones de huevo, compro 60 unidades, pensando que si lo consumía. Vaya, que esta fue la broma de todas las Navidades, la señora tuvo que devolver los huevos al enterarse de que tampoco comía huevo… Aquí empezó su desesperación. Lo mejor de todo fue la actitud que tomó, decidir “despreocuparse” y dejar que yo me espabilara, que “ya me las arreglaría”. Lo primero que me dijo, y seriamente, después de darme un abrazo fue “Mira, en esta casa somos carnívoros”, eso sí, me tenía toda la nevera llena de vegetales y un bol en el mármol lleno de frutas y aguacates.
Rápidamente localicé una batidora y me aseguré que mínimo podría prepararme batidos verdes todas las mañanas. Y así fue. Siempre que comía en casa me preparaba una ensalada con semillas o aguacate que aderezaba con limón y acompañaba con chips de plátano. Ahora bien, lo divertido era cuando salíamos a comer a restaurantes locales o eran fechas señaladas donde hacíamos almuerzo o cenas familiares. Todos sufrían por lo que iba a comer yo, era el centro de atención y veía como comentaban entre ellos y analizaban y comentaban todo lo que servía en mi plato. No se creían mi contestación a cerca de su «carnívorismo»… “Tranquila doña que yo me adapto y encuentro solución para todo” ¿Cuántas veces escuche “Carla esto no lo puedes comer”? ¿Y cuantas veces les contesté que no era que No pudiera comerlo, poder puedo comer de todo, simplemente prefiero no tomarlo porque me siento mejor. Algo que imagino puede chocar a muchos pero cuando uno está tan convencido con lo que hace, lo lleva con naturalidad y a la vez lo comunica con cariño, todo el mundo te responde con mucho respeto.
Como ya he dicho muchas veces abiertamente no soy obsesiva ni creo en los extremos, no sigo una alimentación libre de productos animales debido a enfermedad, sino por prevención, salud y placer. Así que cuando estoy fuera de casa y sobretodo si viajo a diferentes culturas, me gusta no, me encanta involucrarme en la cultura y recorrer sus costumbres gastronómicas. Desde mi punto de vista es una forma muy cierto y rápida de conocer el país. ¿Os suena lo de que “Somos lo que comemos?”
Lo cierto es que la gastronomía puertorriqueña está repleta de platos muy densos y fritos, el arroz con gandules (tipo de habas) es uno de sus platos más típicos, los patacones, tostones, el mofongo… y las raciones de carne que vi servir eran exageradamente grandes. A excepción de la carne lo probé todo, y lo disfruté como una enana, otra cosa son las digestiones que sufrí después…
En las cenas de Noche Buena, Navidad y otras excusas para celebrar siempre que pude preparé o bien una ensalada o una bandeja de crudités con alguna salsita, guacamole o queso vegano. Y en cada uno de los eventos se acercaban personas interesadas en nutrición para contarme su historia y pedirme consejo. Todos, absolutamente todo el mundo tiene un mínimo de interés por lo que come y cómo poder mejorar su salud.
Abierta a probar toda la comida y integrarme en sus costumbres en todo momento, lo que sí mantuve día tras día fue una buena hidratación (llevando una botellita de agua con limón en mi bolso), tomé mis probióticos, el batido verde por las mañanas, ensalada siempre para empezar las comidas, mis horas de “despacho” (esta vez con vistas al jardín y a la bahía) y una rutina para mover el cuerpo, o bien hacía mi práctica de yoga en la habitación al despertar o me levantaba a las 5am para unirme a las clases de CrossFit del Club de Tenis del vecindario. Esto sí fue totalmente una locura, para nada es mi tipo de deporte, no sirvo para este tipo de entrenamiento tan intenso y menos cuando aun el cielo aun está oscuro… pero lo que me reí con ello no me lo quita nadie.
En Puerto Rico me sentí como en casa, me acogieron como una más en la familia. Recuerdo las charlas en pijama en el cuarto de costura de doña cuca, (diseñadora de ropa de profesión) a las 2 de la mañana mientras envolvíamos los regalos que Papa Noel nos había preparado. Quedarnos en la cocina hasta muy tarde preparando gandules en escabeche para los más de 80 invitados de la cena de Navidad aun vestidos “de gala” después de la cena de Noche Buena, excursiones en familia y multitud para visitar el parque nacional del Yunque o la Vecindad de Chavo.
Las calles del Viejo San Juan me enamoraron. Los adoquines, los colores de las casas, el ambiente y la música. Por fin pude bailar un poquito de música latina que tanto se me había antojados. Sí, ni que fuera un “Mami que será lo que tiene el negro…”, pero a que buena hora sonó la canción y cómo la disfrutamos bailando para darnos la bienvenida a la ciudad. La visita del Morro de noche, escuchar el mar, aprender sobre la historia de la isla y sus murallas…
Probar su oferta gastronómica vegetariana visitando el restaurante Verde Mesa o el Café Saint Germain. También disfruté muchísimo paseando por el mercado de agricultores que se celebra cada sábado por las mañanas en el mismo Viejo San Juan. Y la verdad es que es la mejor opción para comprar los vegetales y frutas ya que también hice varias visitas al supermercado y la oferta de productos frescos deja muchísimo que desear, verduras y fruta pasada, sin vida y mucho menos opciones eco. Puerto Rico importa la mayoría de los productos frescos y una vez llegan a las manos de los puertorriqueños estos han perdido la mayoría de sus nutrientes.
Por lo que hace a mi convivencia con una nueva familia adoptiva reflexiono y sé que fue esta flexibilidad y curiosidad por probar todos los platos y adaptarme a sus rutinas sin perder mi centro, ver que salía de mis “reglas” pero que sabía volver a mis hábitos saludables fuera de las celebraciones o las comidas fuera de casa, lo que me hizo más “humana”, más “real” en sus ojos y les ayudó a comprender mi elección de etilo de alimentación.
En casa, empecé preparando batido verde para mi y para Alexis, y ensaladas para una persona y media, por aquello de si alguien se despistaba y quería picotear algo de lechuga… Al final de mi estadía, la sopa de calabaza que preparé desapareció sin yo apenas poder probarla. Teddy, el hermano de Alexis, me estaba pidiendo todas las mañanas su “batida verde” y repetía hasta 3 vasos. Doña Cuca quería que preparara ensalada para cenar las dos juntas mientras me preguntaba como cambiar la alimentación de su hijo y así poder reducirle la medicación, y Telesforo, el padre de familia, me preguntaba por videos en YouTube de yoga para principiantes.
Como en todo, se trata de encontrar un punto medio, donde las dos partes se encuentran y están a gusto. Es un contrato a veces ni escrito, ni verbal, simplemente humano, un acercamiento con muchos aprendizajes.
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